«Ningún viento sopla a favor del que no sabe a dónde va»
Lo dijo Séneca y no le faltaba razón aunque quizá la búsqueda de ese viento sea en sí misma la respuesta a la necesidad de un rumbo. Un maestro me aconsejaba estos días alzar el índice y probar vientos hasta que hallase el mío, aquel que me espera y al que pertenezco desde el principio de los tiempos. Solo así podrás volar, añadió.
Pero… ¿Cómo se prueban los vientos?
Recordé entonces aquel libro escolar. Tercero de E.G.B. «La caja de Pandora». Ilustraciones coloridas, voladoras, como todo lo que hacía José Ramón Sánchez. Pero no eran los males lo que esta misteriosa Pandora guardaba en su caja sino vientos. Conocí así los nombres de esa fuerza invisible: Céfiro, Simún, Bóreas. Cada uno un color, un viaje, una destreza. ¿Cuál de ellos me rescatará de este verano sin mar?

Alguien muy querido me dijo una noche que en el mítico territorio de las fragas de Galicia cuando alguien muere el viento sopla con fuerza para llevarse su alma.
Tierra adentro reina una calma exasperante que repite sus modos.
Me asomo al balcón de mi casa improvisada. Una brisa leve, casi imperceptible, remueve las copas de las robinias que bordean la calle. Cierro los ojos. En esa negrura atisbo un paisaje a lo lejos, una mota de luz. Abro la caja y dejo que el azar de un nuevo viento empuje esta vela. Lejos.